Un espresso al despertar

Tamales preparados con recuerdos

Hace algunos días se celebró como todos los años en México, otra de esas tradiciones en las que nuestro país honra a sus fieles creencias católicas, pero sobre todo al mexicano fiestero que disfruta de un buen antojito con un muy merecido pretexto.


Estos eventos me conectan con los días de infancia, cuando al partir la rosca de reyes, si el “muñequito” salía en la rebanada, se adquiría el compromiso de pagar o hacer los tamales del día de la Candelaria. Recuerdo que por obvia razón, los invitados cortaban con mucho cuidado su pedazo, esperando salir bien librados en la partida.

El encanto de algunos recuerdos que tengo guardados, se relaciona directamente con la cocina de mi madre, será que soy de buen diente, o tal vez que mi infancia solitaria por el lugar que me tocó ocupar a distancia de mis hermanas mayores, encuentra cálida compañía en las remembranzas de algunos eventos, como aquel de preparar tamales junto a ellas y a mi madre.

El proceso era bastante complicado, no sólo por el hecho de poner a convivir a cinco mujeres en un mismo espacio, sino porque la actividad básica de batir a mano los ingredientes hasta conseguir la superación de la “prueba del punto” de la masa, no se consigue muy fácilmente.

Sólo de recordar la escena se me dibuja una sonrisa en el rostro: aquella cocina llena con todas en arduo trabajo, resolviendo una a una las tareas involucradas, unas desmenuzando el pollo y otras el puerco, al sazón de la salsa verde y recalentado del mole, porque no era posible pensar que la receta del mole de mi abuela pudiera hacerse al mismo tiempo, partiendo desde la molienda del chile seco desvenado, que era la forma de hacer mole en aquellos días y como Dios manda.

Mi madre batía la manteca a mano hasta que hiciera “ojitos”, y vaya que conseguir el coqueteo de esta grasa blanca, para que se volviera ligera, no era cuestión de poco esfuerzo. Luego a seguir batiendo con la harina especial para tamal, y sólo hasta que un pedacito de la mezcla fuera capaz de salir a flote en un vaso de agua, se podía tener la certeza que los tamales serían ligeritos, de tal modo que los invitados pudieran merendarse la cantidad que fuera sin empanzonarse.

No sé cuántos años tendría, pero me hacía mucha ilusión ver cómo el colorante vegetal, lograba teñir una pasta blanquizca, en una masa de vibrante color rosa mexicano. Nunca entendí por qué también la pasta de dulce que llevaba leche condensada para darle sabor, se aligeraba con un poco de caldo de pollo igual que en el caso de los tamales salados.
El proceso final cuando la masa estaba a punto y separada la dulce de la salada, consistía en medir con una cuchara sopera una buena “embarrada” en la hoja de maíz seca, allí venían siempre las discrepancias, no había que pasarse o se desbordaban y quedaban pesados, el equilibrio entre las cucharadas de masa y de salsa con relleno de hebras de pollo o puerco, requería de consenso y práctica.
A mí sólo me dejaban preparar los dulces, eran más sencillos porque sólo había que salpicarlos con uvas pasas. La envoltura también requería de un procedimiento bien establecido, de tal modo que en el proceso de cocción no fueran a abrirse las hojas.
Las vaporeras esperaban pacientes con agua hirviendo, hasta que se colocaban uno a uno cada uno de esos paquetitos que habían sido preparados horas antes, con tanto esfuerzo, trabajo y gusto.
Qué gran satisfacción se sentía cuando la cocina ya estaba recogida, y las hornillas de la estufa apenas dándose a basto, cocinaban todo ese cariño que se deposita en la cocina casera.

No sé cuántas veces habremos hecho tamales, pero de esa ocasión, cuando era muy pequeña, es de la que más me acuerdo, tal vez porque por mi corta edad no formaba parte de la conversación, y entonces mi perspectiva de la situación se enfocaba a observar. Prestaba atención a los diálogos y a las precisas instrucciones, fue entonces cuando aprendí que para la cocina no se necesita más que “hacer las cosas con cariño” como decía mi abuela María, y con sentido común agregaría yo.
Esos recuerdos tan valiosos para mí, son imborrables, son imágenes que cuentan historias de convivencia familiar. Hoy las familias se han vuelto más pequeñas, y las vidas más complicadas, no he vuelto a escuchar de alguien que acostumbre preparar los tamales como lo hacíamos con mi madre, aunque el simple hecho de haber recordado acaba de acariciar mi alma.
Lo único que cambiaría, en lugar de caldo de pollo le pondría almíbar de fruta a los tamales de dulce, sería bueno intentarlo para la próxima vez.

Comentarios

marichuy ha dicho que…
Querida Susana

Hacer tamales, sea o no Día de la Candelaria, es algo indudablemente familiar. Mi abuela también batía a mano y si por casualidad mi papá estaba de visita en México, era él quien batía, todo a mano.

Te dejo un fuerte abrazo

PS recién me entero que tienes Twitter. [el Twitter del libro] Ya te sigo.
Susana Silva ha dicho que…
Recuerdo con tanta claridad algo que sucedió hace tanto tiempo, dulces recuerdos literalmente hablando. Ya estoy en twitter aprendiendo un poco de este nuevo canal, también te sigo yo a ti mi querida Marichuy, y tenemos pendiente un café, ojalá que podamos ponerle fecha, espero una nota tuya para ver cuándo se puede.

Saludos con cariño!!
Yza ha dicho que…
Hola Susana, hoy descubrí tu libro y practicamente lo devoré, me atrapó la historia... lamentablemente no lo pude terminar porque tenia que trabajar, pero en este momento me voy a la cama para leer los dos últimos capítulos ;)
Susana Silva ha dicho que…
Qué gusto leerlo, gracias por compartirlo, espero que cuando llegues a mis ultimas líneas, además del sabor de café, te quede el sabor de la esperanza.

Saludos

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