La memoria de los ornamentos y el aroma del ponche navideños

Qué rapidez adquiere el tiempo cuando nos volvemos adultos, recuerdo que los días previos a la Navidad, cuando era niña, parecían eternos, las veinticuatro horas de cada día parecían durar el doble de como hoy las percibo.
El gusto por la decoración, la ansiosa espera por los regalos, la ayuda en la preparación de la cena, todo lo recuerdo con una grata sensación, y en buena parte con los ojos de una niña ilusionada.

Es evidente que el paso de los años acumula en nuestra mirada, algo más que experiencias, pero lo que me resultó de lo más interesante este año, cuando decoramos el árbol con las decoraciones, fue el sentir la energía que cada uno de los objetos navideños contenía. 
Llevo casi veinte años habitando esta casa, y sé muy bien que en las paredes y habitaciones de ella palpitan las historias de mis hijos y de todo lo que hemos vivido aquí, pero no eran esas historias las que llegaron a mi mente, porque al hacer contacto con cada uno de los ornamentos, recordé muchas épocas, muy distintas unas de otras, como si aquellos adornos estuvieran dotados de una memoria  propia.

La magia comenzó con la preparación del tradicional ponche de frutas, que impregnó mi casa con una calidez de aroma a canela y dulce incomparables, parecía un brebaje especial que al combinarse con las cajas de objetos que han convivido en nuestro árbol por más de dos décadas, cobraba en ellas la capacidad de transmitirme esos momentos vividos a lo largo de tanto tiempo.


Recuerdos de instantes que no se borran de la mente, pero aparentemente se depositan en aquellas misteriosas cajas entre el polvo y el olor a humedad, que en el espacio destinado para su almacenaje aguardan cada año para ser redescubiertos.

Es el más puro sabor de la nostalgia, el recuento de los años, de las múltiples navidades acumuladas en la memoria, con personajes que ya no conviven en nuestro presente porque dejaron de formar parte de nuestra vida, o los que dejaron de formar parte de esta vida pero nunca dejarán de hacerlo de la nuestra.

Así, absorta, continuaba colocando las decoraciones, las que mi papá coleccionaba sólo para regalármelas, los avioncitos de madera tipo vintage que le encantaban al tío Juan, el carrito con luces miniatura que conduce Snoopy, que se ha roto en más de  una ocasión y solía ser el favorito del papá de mis hijos, que ahora es el favorito de mi hijo.




La rosca de fruitcake de porcelana, montada en una elegante base de pastel, una miniatura divina, mi favorita, que siempre coloco debajo del ángel victoriano que desde hace muchos años ocupa la punta del árbol. Cada adorno me reportaba presencias, ausencias y diferentes sensaciones.



Entonces mientras me encontraba distraída con la música navideña de fondo, mi hijo interrumpió el silencio con una pregunta: ¿En qué piensas? "En mis cosas", le respondí, aludiendo a una antigua respuesta que él solía ofrecer cuando era muy pequeño y le hacía la misma pregunta. 

Tal vez ese sea el mayor encanto de la Navidad, el que al abrigarnos con la nostalgia que sólo sus aromas, luces brillantes de colores, platos festivos y deseos de regalar, nos acerca al sentimiento más ingenuo y auténtico que el niño que sigue habitando en nuestro interior mantiene, que aflora como un hechizo de algún cuento navideño, que nos abraza para confirmar que la ilusión de ver la vida con los ojos de un niño, sólo depende de nuestra capacidad de asombro, con la ayuda de los recuerdos que el espíritu navideño y una taza de infusión de canela, cañas, guayabas, tejocotes, tamarindos, una pizca de jamaica y una pieza de piloncillo, pueden brindar.


FELIZ NAVIDAD 2019

Comentarios

Entradas populares