La novia triste

El Adagio de Albinoni ¿Una mala elección como pieza de fondo en la celebración religiosa de su matrimonio?: ¡Imposible! Además con la duración adecuada para la hora de la comunión. 
La novia siempre había adorado la melancolía y sentimiento que tal melodía le provocaba, no había que discutirlo mucho. 
Todos los preparativos estaban listos, la luna de miel en la playa, el vestido, el ramo de orquídeas, el banquete, la lista de invitados con el eterno estira y afloja, para ajustarse al presupuesto reservado. Las decisiones de en dónde vivir, todo un futuro planeado y bien ceñido al patrón social que con rigor, ella siempre aceptó.

El día llegó, y como augurio de "buena fortuna", decían algunos, llovió a cántaros. 
La ceremonia comenzó y prosiguió de acuerdo al protocolo, pero justo en el punto en que aquel adagio, su favorito, dio comienzo, un nudo en la garganta provocado por un profundo sentimiento de tristeza, la hizo forcejear con las lágrimas que se refrenaban ante su voluntad para evitar dejarlas escapar. 
Quién sabe si ocasionado por lo que dejaba atrás, o por el pensamiento de aventurarse a una vida en pareja "hasta que la muerte les separase", o simplemente por un mal presentimiento ante la incertidumbre de aquella decisión tomada a una edad tan tierna, y hasta ridícula, diría ella el día de hoy.

Ya no parecía tan buena aquella decisión...la del adagio, porque para entonces la sentencia del bordado en su vestido, se materializaba aún contra su propia resistencia. Ya le habían advertido que las perlas no eran de buena suerte, pero las nubes del cielo se desmoronaban allí afuera, así que, seguramente tanta buena fortuna habría de contrarrestar las lágrimas que aquel primoroso vestido blanco pincelado de trazos divinos con distintos tipos de perlas, suponían como un riesgo inherente a su elección.
En cada nota, la novia triste, contenía una lágrima y se la tragaba. Así lo hizo una y otra vez, a lo largo de la duración de aquella pieza, a lo largo de su matrimonio, hasta que no pudo tragar más.


Y cuando al fin logró arrancarse todas esas perlas que parecían habérsele incrustado en el lagrimal, recorrió los recuerdos, descartó las fotografías, y antes de sepultar el pasado, se tropezó con un extraño y antiguo artefacto, una cinta de video  que insertó en una polvosa videoreproductora. 
Decidió comprar un boleto para transportarse en aquella máquina del tiempo hasta su juventud.
La novia triste recorrió las pistas de aquella maltrecha grabación, y al llegar al punto en donde el adagio de Albinoni, prácticamente sin corte alguno, se escuchaba tan espléndido, interpretado por aquel cuarteto musical, notó que no había sido la única conmovida por la majestuosa pieza.
Su padre, al mismo tiempo que ella, afectado tal vez por la misma emoción, se había desbordado en llanto aquella noche, parecía que todas las lágrimas que ella logró contener, lograron fluir a través de sus dulces y hermosísimos ojos verdes.  
Quién sabe si ocasionado porque estaba dejando ir a su pequeña niña, o por el pensamiento de que se aventuraba a una vida en pareja "hasta que la muerte les separase", o simplemente por un mal presentimiento ante la incertidumbre de aquella decisión tomada a una edad tan tierna, y hasta ridícula, diría él quizás el día de hoy, si aún estuviera a su lado.

Ella lloró nuevamente, por la melancolía del recuerdo de su padre, de su juventud y de una tristeza que no estaba dispuesta a sentir nunca más.



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