La sopa de granos de café
La sopa de granos de café
Aquel negocio había brindado sustento a la familia de Beatriz y Tobías, sus fundadores, por lo que cada uno de sus hijos y después sus nietos,
empeñaron parte de sus años de estudiantes como una tradición de agradecimiento
para los abuelos.
Betty, la nieta más pequeña, residía en la casa de los abuelos, ubicada en
la parte superior del inmueble, debido a la atención de sus estudios
universitarios en la Ciudad de México, y a que sus padres radicaban en
provincia. Cuando se decretó el estado de contingencia, a Betty no le quedó
ninguna duda de que debía quedarse al lado de sus abuelos.
—¿Estás segura? —Trataba de convencerla su madre— ¿No sería mejor que
regresaras a casa?
—No mamá, ellos
me necesitan aquí, la situación es bastante complicada, no podría abandonarlos
ahora.
Betty estaba
bien consciente de que el gran corazón de sus abuelos de alguno u otro modo les
había llevado hasta el sitio en el que se encontraba su negocio, casi quebrado,
la única ventaja era que no tenían que pagar una renta, y que todo el equipo
estaba ya más que depreciado, pero por lo mismo, cuando se averiaba,
representaba un fuerte gasto.
—Abuelita,
tenemos que dejar ir a los empleados. Ya no hay dinero para pagarles.
—No, esa gente
lleva conmigo muchos años y necesita comer.
—Ustedes
también abue, ya te enseñé las cuentas y pintan fatal —hizo una pausa—¿Lo que
huelo es café? —exclamó al advertir el intenso aroma que se desprendía de la
tostadora.
—Abuelita ¿no entiendes que tenemos que cerrar? —le insistió con cierta ansiedad— Es que me preocupa que no estén conscientes de la gravedad del caso.
—Bien que lo
entendemos y por eso se nos ocurrió una idea a tu abuelo y a mí.
—¿Qué clase de
idea, tostar café cuando no hay nadie que lo compre? —insistió molesta.
—Ese aroma nos
va ayudar a atraer a la gente, como siempre lo ha hecho.
—No entiendo
nada.
—Sopa de
piedra, hijita.
—¿Qué? Ay,
abue, ¿qué dices?
—¿Te acuerdas
del cuento que te leía cuando eras chiquita?
—Claro que sí,
pero ¿qué tiene que ver con todo esto?
—Mira hija —le
dijo, al bajar las escaleras, mientras seguían la ruta del aroma de aquellos
espléndidos granos—. En aquella historia, un niño en desventaja con la única
posesión de una olla y unas cuantas piedras, fue recolectando en sus visitas
por el pueblo, en cada una de las casas en las que se aparecía, legumbres,
vegetales, sal, especias y hasta un poco de carne, formando así al final, con
el uso de una buena fogata, una olla llena de un delicioso y sustancioso caldo,
que se convirtió en la receta de la sopa de piedra.
—Sí abuela, me
acuerdo bien de todo, pero insisto, qué tiene que ver eso con tu idea, y con
que el abuelo esté tostando café —agregó insistente.
Cuando
llegaron al piso inferior, la nieta escéptica, observó la manta que habían colocado
sus abuelos en la vidriera. Afuera, se encontraban algunas personas, quizás
atraídas por el aroma del café, con el cubrebocas en el rostro y tareas
impostergables sobre su espalda, la calle estaba más vacía que nunca pero era
evidente que muchos héroes en silencio seguían caminando a distancia de los
demás, para hacer los trabajos que mantenían latiendo al pulso de la ciudad.
—¿Qué dice la
manta, abuela?
—Lo mismo que
las hojas que se están llevando cada uno de los que pasan —le contestó para
luego leerle las líneas:
—"Sopa de
granos de café
Vecinos y
amigos, todos estamos en necesidad en este momento, a unos nos hace falta lo
que les sobra a otros. Hoy nosotros estamos escasos de fondos, pero como
siempre, tenemos muchos granos de café, que mi Tobías, tuesta personalmente
desde hace años.
No podemos
atenderlos como siempre, pero ya que lo único que tenemos son granos de café,
vamos a dejar los paquetes en la entrada, si ustedes los necesitan, llévenlos,
ojalá puedan dejar algo a cambio, sea lo que sea se los agradeceremos mucho. Esta
es la receta para hacer la sopa de granos de café, no olviden compartirla para
que todos disfruten de ella".
—Abuelita ¿en
serio crees que funcione?
—Y por qué no
va a funcionar, mira, allí está la prueba.
Junto a la caja
de paquetes de café, se encontraba otra, en ella, los que pasaban iban
depositando algo de dinero o víveres, incluso vales que ofrecían alguna
cantidad o pago en especie para otro mejor momento.
Así continuó
el flujo de transeúntes que se detenía a tomar un paquete y dejar algo a cambio.
Los que iban conociendo la receta, la compartieron, la prepararon y entendieron
que la mejor forma para enfrentar aquella crisis aún en medio de la distancia
física, era unirse con los corazones.
Betty aprendió
mucho de la gran lección que un par de ancianos quebrados con las manos llenas
de café le estaban dando a ella y todos los vecinos, el gran corazón de sus
abuelos no llevaría su negocio a la ruina sino que lo mantendría a flote como
siempre lo había hecho, aún después de que aquel difícil periodo transcurriera,
porque ninguna persona es una isla, mucho menos cuando cuenta con una sopa de
granos de café.
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