Chin chan pu

Aquí el quinto y último relato de la serie de "Historias de café para pensar el rato", el título nos recuerda ese viejo reto del piedra, papel o tijeras o "Chin chan pu" que da nombre al cuento.

Cada una de las historias de esta serie nace de los escenarios de esta inesperada y extraña cuarentena que nos tomó por sorpresa y de la que definitivamente debemos seguir aprendiendo lecciones.

En este relato, la lección viene de los que aprenden más rápido y mejor las cosas, de quienes debíamos estar más atentos porque son ellos a veces más maestros que discípulos, de nuestros niños.


Chin chan pu

 Fabián y Ángel no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando, lo único que les quedaba bien claro, era que además del periodo de vacaciones de verano, o cuando se enfermaban de algo y tenían que faltar a clases, la tan mentada cuarentena era lo más parecido al paraíso.

Si bien era cierto que las misses les habían dejado una lista de asignaciones interminable, de momento tanto su papá como su mamá, estaban mucho más preocupados de otros temas sin despegarse de sus computadoras portátiles y con el celular prácticamente adherido a la mano.

Los chamacos estaban divirtiéndose de lo lindo, se retaron jugando al fortnite en maratones, hasta que se aburrieron de hacerlo, luego recordaron la lista de sus películas animadas favoritas y fueron tachándolas a medida que las veían. Después, las volvieron a ver.

Mientras tanto, sus padres seguían como autómatas tecleando y haciendo llamadas, lo único que los hacía moverse de la estancia, en donde situaron su centro casero de operaciones, era la carrera de relevos para rellenar sus tazas de café.

—¿Por qué toman tanto líquido de la jarra? —le preguntó Ángel a Fabián.

—No lo sé —le respondió.

—Huele un poco raro —insistió el hermano menor acercándose a la cafetera.

—Ni se te ocurra probarlo, sabe horrible.

—Está bien —reprimió la curiosidad— Y ahora ¿qué hacemos? —le volvió a preguntar el hermano menor al mayor.

—¿Nos echamos otro juego en la compu?

—No, ya me aburrió.

—Entonces ¿vemos otras pelis?

—No, ya me aburrieron.

—¿Un chin chan pu?

—No, siempre me ganas.

—Ya sé, vamos a jugar al jardín.

—¡Va! —respondió el hermanito menor entusiasmado.

En el jardín para quitarse el calor se dieron una buena empapada con la manguera, hasta que su mamá les advirtió que no siguieran haciéndolo, o se las verían con ella.

—Y ahora ¿qué hacemos? —volvió a preguntar Ángel.

—Jugamos a la pelota.

—¡Va!

El partido de futbol se puso bueno, lo malo fue que Fabián se lo tomó muy en serio y al rematar con una enérgica patada, el golazo se volvió un cristalazo, abriendo menudo hoyo en la ventana. Entonces, fue el padre el que ahora se encargó de la retahíla de gritos: ¡cómo vamos a arreglar el vidrio si todo está cerrado, qué ocurrencias, miren nada más, háganse a un lado, tengan cuidado, no vayan a hacerse daño, en qué demonios estaban pensando!

A lo que Angelito respondió muy serio, apenas le permitieron hablar: —en jugar.

Niños, Juegos, Pelea De Almohadas, Familia, Infancia

Que era para la única pregunta que tenía respuesta al fin y al cabo, lo cual dejó a los padres mudos y apenados, era evidente que los niños merecían más atención, pero también que eso de hacer home office no era tan fácil como pensaban.

—Miren —les dijo el papá, ahora mucho más calmado— Mamá y yo tenemos que terminar algunas cosas, pero prometemos que después pasaremos tiempo con ustedes.

El día terminó y la promesa no fue cumplida, Fabián y Ángel entendieron mejor que sus padres que las reglas del juego habían cambiado. Como lo del futbol había resultado un poco peligroso, con tanto cristal de por medio, y lo de las cachaditas, que era lo único que podrían hacer con la pelota para evitar desatar la ira de su padre, era para niños, decidieron sacar los juguetes del armario. Algunos tenían aún el celofán puesto, juegos que antes consideraron “aburridos”, la pista de carreras que su papá guardaba desde la infancia y hasta la caja de colores, crayolas y acuarelas que todavía usaba Ángel en muchas de sus tareas.

La siguiente mañana comenzó igual que las otras, y los niños estaban ya bien organizados con su rally de entretenimiento, incluso la madre les dio una vuelta, porque se escuchaba demasiada calma en el estudio.

—¿Todo en orden? —preguntó el padre.

—No lo vas a creer, están haciendo dibujos y torres con bloques.

—¿De verdad?

—Te digo que sí, ¿cómo vas?

—Estoy por enviar un… —se calló extrañado.

—¿Un qué? —le preguntó la madre al sentarse para retomar la actividad.

—¿Tienes señal?

—¿De qué?

—De internet, mi amor, ¿de qué va ser?

—Ay, ¡No! Checa el módem.

—Me lleva la chin…

—¡Cálmate! Déjame llamar para reportarlo.

En efecto, la señal de internet no estaba funcionando, lo cual fue confirmado por la grabación automática del servicio después de esperar más de treinta minutos, en la que además se advertía que no podían precisar el tiempo de respuesta en el restablecimiento de la señal debido a la saturación y un problema general en la zona.

—Así no puedo hacer nada —señaló el padre, después de expeler una buena cantidad de maldiciones y regresar a la calma ante la falta temporal de una solución.

—Ni yo tampoco —coincidió la madre.

Ahogados en lamentos y molestia, sólo las ingenuas carcajadas de sus pequeños les hicieron salir de aquel trance. Acto seguido, tanto papá como mamá aterrizaron en el recién inaugurado campamento de juegos.

Armar la autopista eléctrica fue la primera asignación de papá, mientras tanto mamá y los chicos jugaron una partida de parkase, un juego de mesa que no conocían.

Al tiempo que corrieron el fórmula 1 con los carritos un tanto descarapelados de papá, mamá preparó una pasta deliciosa para comer. Sin señal no había series que ver ni más pelis, la improvisación tenía que continuar. Finalmente a papá y a mamá se les olvidaron los pendientes de la oficina, que en ese momento no estaban en condiciones de resolver, además se les ocurrieron las ideas más “chidas” en palabras del pequeño Ángel.  De los bombones ensartados en brochetas frente a una pequeña fogata, pasaron a armar la casa de campaña en el jardín. Abrigados en bolsas de dormir se arrullaron escuchando los cuentos que mamá les contó, cayendo al fin en un profundo sueño que la luna y las estrellas posadas sobre el jardín se encargaron de velar.

Sí, no había duda, con papá y mamá a bordo en el plan, aquello era  la verdadera definición del paraíso.

Al siguiente día, los padres ansiaban que la señal se hubiera restablecido, no querían ni imaginar la cantidad de pendientes que podían haberse acumulado desde la mañana anterior.  Se sintieron un tanto decepcionados cuando lo comprobaron, el pretexto se esfumó.

Para los niños eso representaba una muy mala noticia, porque así, sin papá ni mamá, se estaban aburriendo de nuevo un poco.

—Y ahora ¿qué hacemos?

—Un chin chan pu, el que pierda desconecta el módem hoy.

—¡Va!


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