Chin chan pu
Chin chan pu
Si bien era cierto que las misses les habían dejado una lista de
asignaciones interminable, de momento tanto su papá como su mamá, estaban mucho
más preocupados de otros temas sin despegarse de sus computadoras portátiles y
con el celular prácticamente adherido a la mano.
Los chamacos estaban divirtiéndose de lo lindo, se retaron jugando al fortnite
en maratones, hasta que se aburrieron de hacerlo, luego recordaron la lista de sus
películas animadas favoritas y fueron tachándolas a medida que las veían. Después,
las volvieron a ver.
Mientras tanto, sus padres seguían como autómatas tecleando y haciendo
llamadas, lo único que los hacía moverse de la estancia, en donde situaron su
centro casero de operaciones, era la carrera de relevos para rellenar sus tazas
de café.
—¿Por qué
toman tanto líquido de la jarra? —le preguntó Ángel a Fabián.
—No lo sé —le
respondió.
—Huele un poco
raro —insistió el hermano menor acercándose a la cafetera.
—Ni se te
ocurra probarlo, sabe horrible.
—Está bien
—reprimió la curiosidad— Y ahora ¿qué hacemos? —le volvió a preguntar el
hermano menor al mayor.
—¿Nos echamos
otro juego en la compu?
—No, ya me aburrió.
—Entonces
¿vemos otras pelis?
—No, ya me
aburrieron.
—¿Un chin chan
pu?
—No, siempre
me ganas.
—Ya sé, vamos
a jugar al jardín.
—¡Va!
—respondió el hermanito menor entusiasmado.
En el jardín para quitarse el calor se dieron una buena empapada con la
manguera, hasta que su mamá les advirtió que no siguieran haciéndolo, o se las
verían con ella.
—Y ahora ¿qué
hacemos? —volvió a preguntar Ángel.
—Jugamos a la
pelota.
—¡Va!
El partido de
futbol se puso bueno, lo malo fue que Fabián se lo tomó muy en serio y al
rematar con una enérgica patada, el golazo se volvió un cristalazo, abriendo
menudo hoyo en la ventana. Entonces, fue el padre el que ahora se encargó de la
retahíla de gritos: ¡cómo vamos a arreglar el vidrio si todo está cerrado, qué
ocurrencias, miren nada más, háganse a un lado, tengan cuidado, no vayan a
hacerse daño, en qué demonios estaban pensando!
A lo que
Angelito respondió muy serio, apenas le permitieron hablar: —en jugar.
Que era para
la única pregunta que tenía respuesta al fin y al cabo, lo cual dejó a los
padres mudos y apenados, era evidente que los niños merecían más atención, pero
también que eso de hacer home office no era tan fácil como pensaban.
—Miren —les
dijo el papá, ahora mucho más calmado— Mamá y yo tenemos que terminar algunas
cosas, pero prometemos que después pasaremos tiempo con ustedes.
El día terminó
y la promesa no fue cumplida, Fabián y Ángel entendieron mejor que sus padres
que las reglas del juego habían cambiado. Como lo del futbol había resultado un
poco peligroso, con tanto cristal de por medio, y lo de las cachaditas, que era
lo único que podrían hacer con la pelota para evitar desatar la ira de su
padre, era para niños, decidieron sacar los juguetes del armario. Algunos tenían
aún el celofán puesto, juegos que antes consideraron “aburridos”, la pista de
carreras que su papá guardaba desde la infancia y hasta la caja de colores,
crayolas y acuarelas que todavía usaba Ángel en muchas de sus tareas.
La siguiente
mañana comenzó igual que las otras, y los niños estaban ya bien organizados con
su rally de entretenimiento, incluso la madre les dio una vuelta, porque se
escuchaba demasiada calma en el estudio.
—¿Todo en
orden? —preguntó el padre.
—No lo vas a
creer, están haciendo dibujos y torres con bloques.
—¿De verdad?
—Te digo que
sí, ¿cómo vas?
—Estoy por
enviar un… —se calló extrañado.
—¿Un qué? —le
preguntó la madre al sentarse para retomar la actividad.
—¿Tienes
señal?
—¿De qué?
—De internet,
mi amor, ¿de qué va ser?
—Ay, ¡No!
Checa el módem.
—Me lleva la
chin…
—¡Cálmate!
Déjame llamar para reportarlo.
En efecto, la
señal de internet no estaba funcionando, lo cual fue confirmado por la
grabación automática del servicio después de esperar más de treinta minutos, en
la que además se advertía que no podían precisar el tiempo de respuesta en el
restablecimiento de la señal debido a la saturación y un problema general en la
zona.
—Así no puedo
hacer nada —señaló el padre, después de expeler una buena cantidad de maldiciones
y regresar a la calma ante la falta temporal de una solución.
—Ni yo tampoco
—coincidió la madre.
Ahogados en
lamentos y molestia, sólo las ingenuas carcajadas de sus pequeños les hicieron
salir de aquel trance. Acto seguido, tanto papá como mamá aterrizaron en el
recién inaugurado campamento de juegos.
Armar la
autopista eléctrica fue la primera asignación de papá, mientras tanto mamá y
los chicos jugaron una partida de parkase, un juego de mesa que no conocían.
Al tiempo que
corrieron el fórmula 1 con los carritos un tanto descarapelados de papá, mamá
preparó una pasta deliciosa para comer. Sin señal no había series que ver ni más
pelis, la improvisación tenía que continuar. Finalmente a papá y a mamá se les
olvidaron los pendientes de la oficina, que en ese momento no estaban en
condiciones de resolver, además se les ocurrieron las ideas más “chidas” en
palabras del pequeño Ángel. De los
bombones ensartados en brochetas frente a una pequeña fogata, pasaron a armar
la casa de campaña en el jardín. Abrigados en bolsas de dormir se arrullaron
escuchando los cuentos que mamá les contó, cayendo al fin en un profundo sueño
que la luna y las estrellas posadas sobre el jardín se encargaron de velar.
Sí, no había
duda, con papá y mamá a bordo en el plan, aquello era la verdadera definición del paraíso.
Al siguiente
día, los padres ansiaban que la señal se hubiera restablecido, no querían ni
imaginar la cantidad de pendientes que podían haberse acumulado desde la mañana
anterior. Se sintieron un tanto
decepcionados cuando lo comprobaron, el pretexto se esfumó.
Para los niños
eso representaba una muy mala noticia, porque así, sin papá ni mamá, se estaban
aburriendo de nuevo un poco.
—Y ahora ¿qué
hacemos?
—Un chin chan
pu, el que pierda desconecta el módem hoy.
—¡Va!
Comentarios