¿Qué nos hacía falta para hacernos mejores?
A lo largo de la historia de cada
uno de nosotros, hemos tenido que enfrentar lecciones y decepciones sólo para
comprender que para alcanzar la meta hay que invertir más esfuerzo del que
hubiéramos imaginado, y a través de las repeticiones de alguna tarea, en el
ámbito que sea, acabamos por perfeccionar la técnica y con suerte llegar al
objetivo.
Crecer es una de las fases
obligatorias del desarrollo humano, aunque a veces le tememos a lo inevitable
porque el paso de los años nos lleva a soltar al niño que llevamos dentro, con
su ingenuidad y gran capacidad de sorprenderse o alegrarse por las cosas más
sencillas de la vida, para dejar que lo sustituya un adulto “maduro”, sensato y
poco a poco más viejo. Un adulto que debería saber siempre qué hacer, pero se
equivoca todo el tiempo y peor aún, no sabe perdonarse por ello.
Muchas veces escuché decir que
para conocer la verdadera felicidad había que sentir la tristeza; tuve que
experimentarlo muchas veces para creerlo. Hoy elijo sentirme feliz a cada momento
y también me permito sentirme triste cuando lo necesito, pero al estar
consciente de lo que cada sentimiento significa, decido que la felicidad ocupe
la mayor parte de mis días.
También cuando alguien me dijo
una vez que es mejor dar que recibir me fue casi imposible aceptarlo, hasta que
hoy que la edad me ha permitido saborear esa perla de sabiduría. Sí, el dar se
disfruta más que el recibir; sin embargo, no me olvido de lo importante que es
también el recibir para permitir que ese maravilloso ciclo virtuoso del
agradecimiento se complete.
Por lo visto también hacía falta
que aprendiéramos que la salud, que acostumbramos dar por otorgada, vale tanto
que no puede comprarse, el hecho es que la tenemos y la descuidamos, no sólo
por no utilizar un cubrebocas y seguir un protocolo sanitario adecuado, sino
por alimentarnos mal, por no llevar una rutina sana para nuestro cuerpo y alma,
por dejar que nuestros cuerpos se vuelvan frágiles y vulnerables.
Tal vez nos hacía falta quedarnos
guardados para volver a apreciar el encanto de la vista detrás de la ventana,
porque las ocupaciones y el tiempo nos mantenían lo suficientemente distraídos
de esos pequeños y tan grandes placeres. Necesitábamos volver a casa para mirar
al exterior, necesitábamos encontrarnos fuera de la zona de confort para
recuperar nuestra creatividad, necesitábamos un 2020 para hacernos mejores.
Porque a veces se necesita más
que una vida para entender los misterios que ella encierra, pero apenas un
instante para mirar al cielo y entender que tanto la luz del sol como la de la luna
nos iluminan sin importar qué tan difíciles parezcan las decisiones que haya
por tomar.
Necesitábamos un 2020 para
hacernos resilientes, más humanos, más tolerantes, más comprensivos, más
felices y más tristes, más generosos, más y menos egoístas, más amorosos aún
cuando no pudiéramos abrazarnos, pero más conscientes de lo que en realidad
significa amar, más cercanos a pesar de la distancia, más pacientes aún delante
de la incertidumbre, más compasivos, más despiertos, mucho más ricos en las
lecciones del ser humano y por encima de todo mejores de lo que éramos antes.
Gracias, gracias y mil veces
gracias al Universo por todas las lecciones que debimos aprender en 2020 con
alegrías y tristezas, despidiendo a seres que iluminaron nuestro mundo al igual
que reconociendo a los que siguen iluminándolo a cada día.
Que este nuevo 2021 esté lleno de SALUD,
BENDICIONES Y FELICIDADES para todos.
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