¿Cómo comienza a escribirse una historia?

En muchas ocasiones los lectores me ha preguntado: ¿cómo se te ocurren tantas cosas? , ¿de dónde sacas las ideas?, ¿cómo haces para comenzar con una historia?

Como aprendiz de escritora y observadora de la muy interesante película de la vida, recolecto información del entorno a cada instante, aunque el momento de la inspiración creativa me parece que está ligado con otros eventos. Ha de tener que ver con el ánimo con el que el escritor se levanta, si la mañana está lluviosa, tal vez si algún recuerdo melancólico se ha colado en la taza del café  o simplemente es que a la historia le ha pegado la gana de inventarse y plantarse en la mente de la artesana de la escritura, que para confeccionarla y darle espacio a los siguientes eventos, se obsesiona dándole a las teclas para dar forma a un masacote de ideas que irán conformando el principio de una historia que nace a partir de un clic en la cabeza.

Esos clics, me suceden a menudo y los agradezco profundamente, aunque la verdad es que a veces no sé qué hacer con tantos. Será por eso que me veo a menudo con varios manuscritos en curso porque una vez iniciada la historia continúa procreándose en su muy particular limbo, ese que revisito cuando mis quehaceres cotidianos me lo permiten para dar continuidad al transcribir las imágenes que van creándose.

El clic para Café Toscana vino después de un relajante baño de tina, no tenía una taza de café a la mano, por cierto, sino una copa de vino dulce. De aquel momento recuerdo muy bien la sensación de frustración, la imposibilidad de escapar, el peso de la responsabilidad que tenía que ahogarse bajo las burbujas con aroma a vainilla y la luz de una vela que apenas iluminaba el espacio.

¿Cómo surgió la idea de Café Toscana?

Cerré los ojos y por un segundo me transporté a una de mis escenas favoritas, la playa delante del mar a esa hora en que el cielo se embriaga con los colores del sol adormecido. Tonos naranjas, rosados y un poco de lila, la brisa del mar, el perfecto sonido de las olas rendidas de cansancio. En el espacio una mesa chocante pero deliciosamente romántica, con el mantel ondeando a los lados al compás de sutiles ráfagas de viento, demostrando que no se trataba de una imagen inanimada. Copas de vino sudando por el clima cerca de una vela de flama danzante, a lado mío, el amante perfecto (un artista australiano que me quitaba el aliento en aquella época), susurrándome palabras de amor, de deseo, llenando el vacio que sentía. 

Por el espacio de un par de minutos, mi realidad fue otra, yo estaba en ese lugar, sintiéndome amada, sin decepciones, sin el peso de las responsabilidades que me ahogaban.

Un efímero pero muy placentero viaje inspiracional que después de abrir los ojos se volvió desgarrador, porque por esas fracciones de tiempo había logrado evadir la realidad que tanto estaba pesándome entonces.

Incluso evoqué un momento de mis películas favoritas, aquél en el que Richard Collier (Christopher Reeve) busca pruebas para entender si sus esfuerzos por viajar en el tiempo, en "Pide al tiempo que vuelva" (Somewhere in time), han rendido frutos. Cuando desesperado pregunta por los registros de huéspedes de aquella fecha a la que se estaba buscando trasladar.


Sin embargo sé que ese viaje momentáneo a un estado de total plenitud emocional, solo sucedió en mi mente, no viajé en el tiempo como Richard Collier lo hizo, sino que visité un mundo en el que parecía que todo lo soñado era posible.

El clic se basó en esa premisa: "y si todo lo que yo deseara fuera posible en un espacio en el que hasta ese café con el que tanto soñaba abrir existiera..."  Allí comenzó el principio de esa historia.

La frustración que experimentaba en ese momento se mitigó en una muy buena medida, la canjeé por ese proyecto que se convirtió en un punto de quiebre en mi vida. Después de haber escrito mi primera novela me volví consciente de que escribir constituía una gran herramienta para canalizar mis desahogos, no obstante, creo que en el preciso momento en que se disparó el clic y comencé a escribir no estaba consciente de ello. Lo más inesperado fue darme cuenta con el paso del tiempo, de que algunos de los eventos que allí escribí fueron convirtiéndose en realidad, tuve que reconciliarme con el significado de lo escrito y lo que ello representaba para mi propia vida.

El nuevo sentido y propósito que adquirió mi vida, ahora como aprendiz de escritora, me permitió experimentar emociones inesperadas y personas a cuyas vidas tocaron mis letras, una satisfacción maravillosa. 

Escribir historias para transformar emociones 

Escribir historias es un ejercicio muy enriquecedor, es incluso una herramienta terapéutica. Cuando plasmamos los pensamientos en la escritura nos despojamos un poco de la emociones negativas que pueden implicar para nosotros, es como si conversáramos con nuestro otro yo, entendiéndonos mejor a través de la instrospección que sólo logramos al reconocer nuestras emociones y mejor aún al comunicarnos con nosotros mismos. Este ejercicio suele ponernos en una posición vulnerable y para mí, se ha convertido en la mejor manera de hacer que el proceso creativo fluya. No siempre en lo que escribo tengo que hacer uso de experiencias personales, sin embargo de algún modo debo visitar esas emociones sean propias o prestadas para poder crear historias con credibilidad, creo que sólo así se logran transmitir las emociones en las historias.

Esos clics que nos sorprenden, seamos escritores de oficio, por gusto o simples aprendices, son los que nos conducen hacia el comienzo de las historias, clics de ideas simples, de recuerdos persistentes, de noticias contemporaneas o de otros tiempos, clics que cosquillean las mentes cuando les permitimos inquietarnos para hacer de la vida un viaje de emociones.


 

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