Dime con qué disfraz andas...¿Y te diré quién eres?

Mi autora me ha cedido la palabra hoy, lo cual me da un gusto inmenso porque hacía tiempo que no contábamos historias de las que se siguen escribiendo en "Café Toscana".
Como preámbulo merece la pena mencionar que esta serie de cuentos ha sido favorecida dentro de la convocatoria que la Secretaría de Cultura presentó en su programa #Contigoenladistancia con motivo de la actual cuarentena, el formato que en breve se difundirá en la plataforma del mencionado programa es de audio y fue grabado por mi autora.

La serie de cinco cuentos se llama "Historias de café para pensar el rato" y tienen en común dos factores, que suceden en plena cuarentena y que hacen mención del café, así que nos vienen muy bien para pensar el rato.

Ojalá las disfruten tanto al leerlas como mi autora lo hizo al escribirlas, imaginen que en su Café favorito, el "Toscana", les espera el café de su preferencia acompañado de la calidez que sólo logramos sentir en casa en una mesa con vista a nuestros sueños.

Les dejo la primera historia  


Dime con qué disfraz andas...¿Y te diré quién eres?


  Son las diez de la noche, una hora poco convencional para hacer las compras en el supermercado, tal vez se deba a la contingencia, o a los peculiares hábitos de ciertas personas, pero es claro que aunque hayan coincidido en el mismo sitio y a la misma hora, cada uno de los personajes en esta historia pertenece a un mundo diferente.

  Por cuestiones del azar y a falta de víveres para resistir la cuarentena, ambos se encontrarán hoy en el mismo escenario en donde el destino convertirá a uno en la víctima del otro.
Es curiosa la forma en que la esencia humana de cada individuo tiende a plasmarse de manera característica en su apariencia o “disfraz” exterior, algunos pasando desapercibidos, otros, llamando con extrañeza la atención del incauto.

  Una mujer en sus cuarentas, con los restos del maquillaje del día, traje sastre, bolsa y zapatos a juego, entra a la tienda con el celular en mano, dictando instrucciones a sus colaboradores. Distraída, avanza con cierta urgencia para obtener una dosis del gel anti-bacterial ubicado a la entrada del establecimiento.

  Por otra parte, un hombre con un aspecto sospechoso, vestido totalmente de negro, realiza después que ella la misma operación. La vestimenta envuelve un cuerpo con una dimensión fuera de lo normal, un grosor extraordinario desde las pantorrillas hasta el tórax, le da un aspecto fornido y temible a la vez. El rostro tosco apenas deja asomar los ojos detrás de una pañoleta oscura que envuelve parte de su frente y toda la cabeza, una mascarilla, negra también, se encarga de cubrir el resto.

  Mientras él toma una canastilla a una distancia prudente, la mujer aún inmersa en la conversación telefónica, se tropieza con él. Su aspecto le impacta, el miedo se revela en su mirada, aunque sin soltar el aparato asiéndose fuerte de aquél como si se tratara de un arma de defensa, no se amilana.
¡Ponga atención! Debía de estar consciente al medir sus dimensiones le dice desafiante. 
A menor volumen continúa la llamada: Es que no se puede ser tan descuidado con un tamaño de cuerpo así, además con ese disfraz que trae, ni que fuera Halloween —se aleja, al tiempo que alcanza a ver al individuo observándola fijamente, casi animado a responderle. Aprieta el paso para dejarlo atrás, esperando no tener que volver a toparse con él.

  Cada uno continúa por su cuenta, pero es altamente probable que debido al patrón de ruta diseñado por la tienda y atendiendo a sus intereses, para que visitemos la mayor cantidad de pasillos, ellos vuelvan a cruzarse.

  La mujer se recupera un poco de la impresión y después de cortar la llamada, se da cuenta de que una vez más su impertinencia estuvo cerca de llevarla a un inconveniente mayor, ahora se ha puesto a pensar que es tarde y si el hombre toma alguna represalia en su contra las condiciones le serían más propicias porque tendría la oscuridad de la noche y la poca gente que circula a favor.
—Sí que me pasé balbucea moviendo la cabeza—, sólo esto me faltaba hoy.
Se detiene a pensar, cavilando ante el recuento de los riesgos y el análisis de su malhumor, fue un día complicado, no es fácil poner en marcha un plan de contingencia para tantos empleados, la presión sobre sus hombros es mucha.
Trata de seleccionar algunas piezas de fruta pero le resulta imposible.
—Oiga joven ¡¿Qué clase de mercancía venden aquí?! le grita a un dependiente¿Ya vio el estado de estas manzanas? Y así se atreven a venderlas a este precio ¡Esto es un robo!

  El hombre de negro la observa a cierta distancia, aunque enfrascada como está en su argumento no nota la mirada clavada en ella.
Con la lista en mano, va descontando visualmente los objetos de los que ya se ha aprovisionado. 
Al llegar al pasillo de los cafés, vislumbra al acechador que le ha salido al encuentro, le provoca un sobresalto. La mujer avanza nerviosa, se desplaza con brusquedad invadiendo el espacio de seguridad al valerse del carro como escudo, para mantener al inmenso hombre a raya. En el anaquel, visualiza el último paquete de la marca de café que le hace falta, está demasiado alto, le atormenta el no poder alcanzarlo de una vez para escaparse al fin, aunque está bien preparada para gritar pidiendo auxilio. Observa la dosis de coraje que va inyectándose en los ojos del tipo a medida que ella deposita el paquete encima de su atestado carrito de compras, para después retroceder y huir.

  Sólo le faltan unas piezas de pan para terminar el suplicio, trata de olvidarse de la latente amenaza con la idea que le proporciona el visualizar la taza de café cortado con una buena cantidad de leche hervida, que se preparará en casa apenas llegar y acompañará con ese rollo de canela. 
Para cuando coloca la charola con las piezas a ser contadas en el mostrador, se siente más tranquila, hasta que de reojo nota que el hombre del disfraz se aproxima, traga saliva y fija la mirada en otra dirección. El hombre la analiza con detenimiento de arriba hacia abajo ¿Acaso el reconocimiento que un animal salvaje hace de su presa?

  La mujer empieza a preocuparse más, se da cuenta que el hombre la ha estado siguiendo todo el tiempo, a una distancia prudente pero constante, le da pavor pensar lo que eso pueda significar,  sólo espera acortar ese trecho que le parece una eternidad para llegar al último punto, a la línea de cajas. La mujer se procura el pasillo que más la aleje de ese tipo por demás sospechoso, aunque la altura de éste le permite no perderla de vista ni por un momento.
  
  La mujer tiene los nervios a tope, ahora se descarga con el cajero que debe hacer un retiro de valores, se justifica pensando que esa misma adrenalina que le provoca el temor está alentando su maltrato hacia los demás.
—¿Qué demonios esperas para cobrarme? ¿No ves que llevo prisa? —señala con un tono déspota y grosero.
Lo lamento señora, sólo me tomará un par de minutos más.
¿Un par de minutos más? No sabes lo que dos minutos de mi tiempo valen —agrega desesperada, mientras esos ciento veinte segundos de retraso la están sacando de quicio, ha perdido la ventaja que tenía para salir corriendo a su auto y despegarse del acechador.
El cajero termina al fin su trabajo después de recibir una dosis completa de majadería y prepotencia. El momento definitivo ha llegado, cuando la mujer busca dentro de su bolsa la cartera para pagar la cuenta, el pánico se convierte en rabia. 
Debió haberlo imaginado antes, el acechador no era más que un vulgar y miserable ratero, la cartera no está, ahora puede verlo con toda claridad. El descuidado choque al entrar en la tienda le permitió al ladrón sustraer el monedero y la persecución a distancia, la certeza de que ella no había notado el hurto. Todo se ha revelado en un instante dentro de la mente suspicaz de la mujer, quien al localizar al gigante de negro dirigiéndose hacia la salida impune con su cartera repleta dentro del bolsillo, monta en cólera.
¡Deténganlo! ¡Ese desgraciado, el hombre de negro me robó la cartera! acierta a gritar con ira, sin titubeo alguno.

  El guardia de la entrada, parado a unos metros del imponente criminal, reacciona con desconcierto para llamar la atención del individuo, a quien espera no tener que someter con la única arma que se le permite portar, una endeble porra.
Al escuchar el alboroto, el hombre da la media vuelta sin oponer resistencia, pese a la grandísima vergüenza que le provoca la mirada de los presentes, ahora aún más prejuiciosa de lo normal. 
Se aproxima con el guardia, que se encuentra ya acompañado del gerente y la víctima del robo.

  —Yo no le robé nada a esa mujer exclama con un tono mesurado. Al entrar en la tienda me di cuenta de que una cartera estaba tirada en el suelo, mientras la recogía ella me atropelló. Pensé que podía ser suya, pero cuando estaba a punto de preguntarle, me agredió, así que desistí. Llevé el objeto al área de servicio para que su legítima dueña lo reclamara. 
Después noté que la cartera hacía juego con la bolsa que esta desagradable mujer lleva consigo, por lo que en múltiples ocasiones traté de decírselo, pero fue en vano debido a su constante hostilidad.

  La mujer y los que le acompañaban escuchaban boquiabiertos. El hombre prosiguió:
—Ante la imposibilidad de comunicarme con ella, opté por observarla sólo por entretenimiento personal, es que debido a mi condición tengo pocas oportunidades de presenciar este tipo de espectáculos, soy fotosensible y me afecta mucho la luz del día, por eso debo usar este vestuario o ¿debería decir “disfraz”? —mencionó con ironía dirigiéndose a ellaMe parecía imposible que una persona pudiera ser tan espontáneamente grosera con los empleados que amablemente accedían a atenderla, además, estropeó manzanas y verduras al encajar sus uñas en ellas, contaminó las piezas de pan que estrujó con la mano para dejarlas luego sin preocupación a disposición de los demás. Armó un escándalo al dependiente que le pidió racionalizar la cantidad de paquetes de papel de baño que llevaba. 
Decidí alejarme de ella, pero por desgracia cuando iba a tomar el último paquete de la marca de café que buscaba, nos topamos otra vez y volvió a acercarse demasiado, creo que no ha entendido que debemos guardar distancia, tuve que retroceder para que no me volviera a atropellar con el carrito de compras, desafortunadamente confirmé que sí teníamos algo en común, nuestro gusto por el café, lo cual me dejó sin él. –No cabe duda, las apariencias y también “los disfraces” engañan. 



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